Feliz Navidad Atea:
Para los ateos la Navidad no es más que una excusa para tomarse un par de días con la familia, intercambiar regalos y no hacerse mayores problemas. No, borren eso. Debí decir “para mí”. Imagino que hay tantas Navidades como ateos: algunos de los que conozco odian la fecha; a otros les resulta totalmente indiferente, y, claro, conozco los que andan más en mi onda y celebran algo. Ese “algo” también es muy diverso: Puede ser la históricamente correcta Saturnalia, las fiestas romanas –con intercambios de regalos– que, en el siglo IV, la Iglesia intentó suprimir al colocar la fecha de la Navidad en el día del “Sol Invictus”. Además, siempre hay alguien que celebra al verdadero cumpleañero del día: sir Isaac Newton, padre de cómo comprendemos el universo a gran escala (para las pequeñas todavía no sirve). Y, por supuesto, este año he visto por lo menos tres palos de Festivus, la celebración “for the rest of us”, implantada en la serie ‘Seinfeld’, que este año fue oleada y sacramentada con su respectivo doodle de Google. A mí me gusta la idea de celebrar algo. No pasa nada si un ateo celebra la Navidad. Lo bueno del ateísmo es que no tiene ningún dogma, mandamiento o doctrina que uno esté traicionando, como, por ejemplo, sí sucede cuando un católico cae, digamos, en la gula durante la Noche Buena. No quiero decir con esto que el ateísmo sea mejor que el catolicismo (o que cualquier otra religión). De hecho, el ateísmo no es comparable con ninguna religión, sencillamente porque no es un sistema de creencias. De hecho, como dice Richard Dawkins, un creyente es ateo respecto de los dioses de las otras religiones. El ateísmo es, al menos en mi caso, una conclusión más o menos natural luego de hacerse una serie de preguntas y contrastarlas, entre otras cosas, con lo que nos dicen la biología y la física. Una vez que llegas a la conclusión inevitable –que Dios sólo existe en el mismo plano en el que existen Papá Noel, Batman y el ratoncito de los dientes–, tu vida se adapta a un corolario sencillo: no te vas a ir al infierno si haces algo malo. Ni siquiera si eres un político peruano. Y eso obliga a llegar a otra conclusión: a adoptar un sistema de valores libre del castigo divino, del karma, del purgatorio, del limbo e, incluso, de la recompensa celestial. Hay ateos como Dawkins a los que cualquier sistema moral basado en la religión les parece una hipocresía. Si cargas al Señor de los Milagros –como todos nuestros presidentes– o haces cosas “buenas” no porque sean buenas sino porque, en el fondo, esperas una recompensa metafísica (o evitar un destino infernal) eres, en la visión de Dawkins, básicamente, un asco. Como es Navidad no seré tan duro como Dawkins. Me limitaré a reconocer que las religiones son útiles, aún, para sociedades fragmentadas como la nuestra. Por supuesto que tanto la Iglesia Católica como muchos cultos evangélicos persisten en arrastrar a nuestra sociedad al foso del retraso conservador, en contra de la Historia y la Libertad. Pero también hay mucha gente buena en esas organizaciones y, especialmente, también hay mucha gente buena creyendo en ellas (y, en estas fiestas, dándoles algo de esperanza y de consuelo). Eso sí: ojalá algún día tengamos un mundo libre de religiones. Eso significará que, al fin, nos habremos dado cuenta, como humanidad, de que esos mitos de la Era de Bronce no solo no son ciertos, sino, sobre todo, eso significará que ya no son necesarios. Mientras tanto, Feliz Navidad para todos.
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miércoles, 25 de diciembre de 2013
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